Por Pegaso
Se encuentra el Padre Otero en el confesionario, tomándose una rica taza de café, cuando se escucha en el pasillo de la iglesia el llanto desconsolado de La Chabelita.
PO.- Chabelita, por favor, ¿qué, no habría forma de que bajaras los decibeles de tu llanto?
CH.- Si usted supiera la pena letal que me atormenta comprendería la razón de mis desdichas, padre Otero.
PO.- Vigésimo, Chabela. Dime Vigésimo. Padre Otero se escucha muy formal. Vamos, cuéntame tus cuitas, pero antes, suénate esos mocos, porque apenas se te entiende. ¡Ave María Purísima!
CH.- Sin pecado concebida, padre.
PO.- A ver. Te escucho.
CH.- Acúsome, padre, de haber cedido a las pretensiones malsanas y pecaminosas de un ser perverso, de negro corazón y alma impura, padre.
PO.- ¿Y yo conozco a ese monstruo, a ese ser abominable que describes?
CH.- Sí, padre. Es el Presidente del PRI.
PO.- (Sorprendido). ¿El Presidente del PRI? ¡Alito Moreno? Porque él es un hombre íntegro, un político intachable, de probada honestidad y respetuoso de las leyes terrenales y divinas.
CH.- ¡No! Por fuera aparenta piedad y rectitud pero en realidad es un pozo negro de pecado y concupiscencia, padre.
PO.- Pero, ¿por qué dices eso? ¿Qué te hizo Alito?
CH.- Pues ayer fui al Comité Nacional y nomás entré a su oficina y cerró la puerta con candado, y con la mirada inyectada en sangre y concupiscencia me dijo: “Chabela, hazme un paro, Chabela.”
PO.- Bueno, y ¿en qué consistía ese paro?
CH.- Eso fue lo que le pregunté. ¿Y qué cree que me contestó el barbaján ese?
PO.- No sé. ¿Qué cosa, hija?
CH.- “Chavela. Ven a acariciármelo. Quiero que lo sientas en tus manos”. (El padre Otero le atiza con la biblia en la cabeza).
CH.- ¿Por qué me pega, padre? Así me dijo.
PO.- Por ser tan prolija en detalles, pero dime, ¿a qué se refería Alito?
CH.- Pues a esa cosa enorme, gorda y pesada que tenía delante de él y que era su mayor orgullo, padre.
PO.- ¡Válgame, San Pascual Bailón! Pero tú como observadora de los Diez Mandamientos y temerosa del Señor lo mandaste mucho a freír espárragos, ¿no es así?
(La Chavelita prorrumpe nuevamente en llanto, con una mirada de culpabilidad).
PO.- ¿Cómo? ¿Se lo acariciaste?
CH.- ¡Ay, padre! Yo no quería, pero me amenazó con expulsarme del partido si no lo hacía. Le dije: “¡No! ¡No puedo hacer eso! ¡Acaríciatelo tú solo! (El padre Otero le da un nuevo bibliazo en la cabeza y Chabela llora con más fuerza).
PO.- No me interesa que entres en tantos detalles. (Hace una pausa y con mirada pícara pregunta). ¿Y qué más te dijo?
CH.- “Es que no es lo mismo que lo acaricie yo a que otras manos lo toquen, Chabela”. ¡Aquello estaba tan lisito, tan brilloso que hasta ganas daban de besarlo! (Un nuevo bibliazo y más llanto de La Chabelita). ¿Por qué me sigue pegando, padre?
PO.- Es que tu confesión me tiene atónito, patidifuso, anonadado. Jamás había escuchado tanta iniquidad reunida. Pero no pasó de la acariciada, ¿verdad? (Nuevo llanto).
PO.- ¿Se lo acariciaste?
CH.- Es que estaba muy bonito. Lo acaricié y nada más veía la mirada vidriosa y libidinosa de Alito. Se veía que le causaba un gran placer.
PO.- Pero, ¿es que no tienes temor de Dios, Chabela? Mira. Óyelo bien. Te prohíbo que te vuelvas a parar en las oficinas del PRI. ¡Y ya pondré en su lugar a ese tal Alito cuando venga a confesarse!
CH.- Pero, es que estaba pensando llevarle un separador, padre.
PO.- ¿Cómo? ¿Un separador? ¿De qué me estás hablando, Chabela?
CH.- Un separador para su libro, donde viene el nuevo Estatuto del partido. Ya ve que es nuevecito, lisito y brilloso y necesita un separador para leerlo con más facilidad.
PO.- Pero, ¿todo este tiempo me has estado hablando del nuevo Estatuto del PRI?
CH.- Sí, padre. ¿Pues usted qué me entendió?
PO.- ¡Hay, hija de la Vela Perpetua! Acariciar un libro no es pecado, Chavela.
CH.- ¡Me quita un gran peso de encima, padre! ¡Es usted un santo! (Besándole la mano).
PO.- Sí, anda. Ve con Dios, Chabela. (Se retira la Chabelita y el Padre Otero dirige una plegaria al cielo). Señor, ¿por qué me pones en esta situación? ¡Yo siempre quise ser bombero! (FIN).