Por Juan Arvizu
OTRA VEZ SERÁ
A los agentes de migración del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México se les hizo raro verlo deambular durante varias horas, sobre todo porque su aspecto era desaliñado y usaba cabello largo y barba crecida al estilo hippie, de esos que seguido visitaban el estado de Oaxaca para probar y reprobar el peyote.
Como un mero acto de rutina lo detuvieron para interrogarlo. Su nombre supuestamente era Oscar y procedía de Republica Dominicana, según el boleto de avión. El pasaporte que portaba era venezolano, pero su español no tenia ningún acento en particular.
Les llamó la atención que el greñudo no tuviera vuelo de conexión ni boleto de regreso, como tampoco un hotel reservado en la Ciudad de México,
El subjefe de migración en ese aeropuerto, José Peralta Ordoñez, creía haber visto en alguna parte el rosto de ese hombre, aunque con menos vello facial, pero no recordaba donde. Era difícil lograr precisar este tipo de información porque, aunque los agentes migratorios desarrollan cierta capacidad para reconocer rostros, también es cierto que allí ven caras nuevas todos los días.
Tras de más de una hora de interrogatorio, Oscar cayó en algunas inconsistencias lo que fue suficiente para retenerlo por más tiempo.
El visitante se negó a solicitar la intervención de la embajada de Venezuela para recibir asistencia consular, en caso de que la necesitara, tal y como le informaron que era su derecho. Adujo que él simplemente era un turista y nada malo había hecho, así que no necesitaba ayuda de la embajada.
El ofrecimiento solo fue un gancho para ver la reacción de Oscar y de hecho surtió efecto, pues la negativa despertó aún más las sospechas de José Peralta, quien decidió entonces solicitar información sobre el supuesto venezolano a la Interpol.
En tiempo record, en algún lugar de los Estados Unidos las alarmas se encendieron. El FBI recibió información de la Interpol México y de inmediato Oscar fue calificado como persona de alto interés para los gringos.
Un mecanismo automático puso en alerta a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y dos agentes de este organismo salieron de prisa de la embajada gringa en la Ciudad de México. Presurosos enfilaron rumbo al aeropuerto Lic. Benito Juárez. Tenían un pez gordo al alcance de sus manos.
Sin respetar los semáforos avanzaron rápidamente por las congestionadas calles de la capital mexicana. En una amplia avenida fueron seguidos por una patrulla, pero solo por algunas cuadras, hasta que el patrullero se percató de que se trataba de un vehículo diplomático norteamericano.
El patrullero frenó de golpe y abandono la persecución, teniendo la seguridad de que no valía la pena ni siquiera llamarle la atención al chofer. Los gringos son jefes en México, pensó.
Apenas estaba maniobrando el patrullero para regresar al punto donde inicio la persecución cuando dos vehículos más, de uso particular pero dotados de sirenas y estrobos, lo rebasaron también a toda velocidad.
El patrullero contempló sorprendido el avance de las camionetas y supo que algo grande estaba pasando, así que decidió seguir la caravana.
En pocos minutos llegó junto con la bola, al aeropuerto internacional y vio que el agente Sabina descendió de una de las dos unidades. Conocía desde hace tiempo a esa persona, era un agente de la Interpol México.
El patrullero descendió de la unidad y casualmente junto a él pasó Oscar, quien, a paso acelerado, pero sin correr, se dirigió a uno de los taxis del aeropuerto y lo abordó, sin detenerse a buscar a la persona que había quedado de recogerlo. Ya tendría tiempo de reclamarle al incumplido camarada.
El agente vial encendió un cigarrillo y se dispuso a hacer tiempo para ver de qué se trataba todo el alboroto.
Apenas diez minutos antes el agente de migración, José Peralta le hizo unas ultimas preguntas a Oscar y al obtener las mismas respuestas ya dadas con anterioridad, decidió regresarle el pasaporte.
Le dijo que ya se podía retirar al tiempo que le entregaba una tarjeta. Cuando encuentre el hotel donde estará llámeme para saber dónde localizarlo, fue lo último que le comentó.
Oscar tomó la pequeña maleta que traía y saliendo de la oficina de migración se perdió rápidamente entre los atestados pasillos del aeropuerto.
El agente José Peralta dio por terminado el asunto con el extraño visitante y se dirigió al sanitario de su oficina, donde permaneció por varios minutos.
Cuando salió uno de sus subalternos con el teléfono en la mano le dio que de la Interpol México querían hablar con él.
El agente tomó la bocina y en pocos segundos se enteró del asunto que traía entre manos la Interpol, así que colgó el auricular y dio instrucciones rápidas a sus subalternos para que buscaran por todo el aeropuerto a Oscar, mientas atendiendo indicaciones de Peralta las secretarias pedían por teléfono apoyo a las diferentes corporaciones policiacas y de seguridad.
Así, medio centenar de agentes buscaban por todas partes a Oscar y después se les unirían elementos de la Policía Judicial Federal, la Dirección Federal de Seguridad y la embajada norteamericana, pero todo fue inútil.
Lo siguiente que ocurrió fueron reclamaciones muy fuertes, pero no públicas, del gobierno norteamericano al de México, por haber dejado escapar a quien consideraban un peligroso terrorista y asesino múltiple, miembro de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) de Puerto Rico.
Los aparatos de seguridad de México se sacarían la daga con relación a Oscar, varios años después, concretamente el 26 de mayo de 1983, en la ciudad de Puebla durante la captura de otra persona de alto interés para los Estados Unidos: William, terrorista para algunos y luchador por la independencia de Puerto Rico, para otros.