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Va de Cuento

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Por Juan Arvizu


EL HIJO ANHELADO

Contrajeron matrimonio en una ceremonia civil realizada en exclusivo casino de Reynosa y entre los muchos invitados hasta el alcalde estuvo presente.
Genaro provenía de una familia de comerciantes y los progenitores de Hermila eran muy conocidos por sus negocios inmobiliarios.
Se trataba literalmente de un cuento de hadas, con carroza en forma de calabaza incluida, detalle que el novio se esmeró en preparar con muchos meses de anticipación.
Al llegar al casino la novia se sorprendió de que los invitados estuvieran fuera del local, en lugar de ocupar las mesas que tenían destinadas.
Los novios bajaron de la limusina y fueron recibidos con aplausos por la concurrencia. Genaro le dijo que le tenía preparada una sorpresa.
Fue entonces cuando frente a ellos se estacionó un carruaje con forma de calabaza tirado por caballos.
El novio abrió la portezuela del carruaje y ambos dieron un pequeño paseo triunfal antes de ingresar al casino, con todo y el singular transporte.
La fiesta de bodas fue todo un éxito y dio mucho de qué hablar durante meses e incluso años, pues en el festejo echaron la casa por la ventana, sin escatimar gastos, ofreciendo a sus invitados las más finas bebidas y los más exquisitos manjares, lo mejor de la gastronomía regional.
Además, el padre de la novia se aventó la genialidad de contratar, para amenizar el evento, a Los Joao, un grupo que a finales de la década de los ochenta y la siguiente, estaba en su apogeo y cuya tarifa se paga en dólares, veinte mil para ser exactos.
Así, entre la mejor bebida y sabroso alimento, la recepción de Genaro y Hermila fue apoteósica. Los novios se divirtieron horrores bailando con sus invitados “El parasol”, “Vamos a la playa” y “Oye”, entre otras sabrosonas melodías.
La luna de miel fue en las islas Bahamas, cerca de Miami, y tuvo una duración de dos semanas, pero Hermila tuvo la idea de aprovechar la cercanía con Estados Unidos para conocer Nueva York y allá se fueron durante toda una semana.
Al regresar iniciaron su vida en común y los meses se volvieron años. Eran felices ambos, tenían carreras universitarias, trabajos excelentes, sobrados recursos económicos, gozaban de juventud, buena salud y para colmo de la buenaventura los dos eran muy agraciados físicamente.
Lo único que echaban de menos era un hijo, pero no se quedaron de brazos cruzados y acudieron con médicos especialistas tanto en México como en Estados Unidos.
El resultado siempre fue el mismo. Los jóvenes no podían concebir, pues, aunque se trataba de un caso bastante raro, los dos presentaban problemas de tipo reproductivo, así que incluso la fertilización invitro y la inseminación artificial, ambas recién descubiertas, quedaron descartadas.
Las últimas técnicas y avances científicos no fueron la solución. La única opción que le quedaba a la pareja era la adopción y discutieron por meses el asunto, pero sin ponerse de acuerdo al cien por ciento.
A decir verdad, Hermila era la que no se decidía y no precisamente porque rechazara la idea de criar a un niño como propio, sino porque en realidad no alcanzaba a decidirse por ninguno de los menores que conocía en orfanatorios de la Ciudad de México o Guadalajara, a donde viajaron en varias ocasiones: todos ellos le parecían niños maravillosos.
Recién cumplido su quinto aniversario Genaro falleció en un accidente automovilístico en la carretera Reynosa-Monterrey, dejando a Hermila viuda con apenas 30 años cumplidos.
Fue entonces cuando la señora cambió su vocación profesional e ingreso a la Escuela Normal Superior en la capital de Tamaulipas, de donde años después saldría con el título de maestra.
Hermila fue asignada a una escuela primaria en Reynosa y por muchos años su familia le insistió para que fundara un colegio privado, con la finalidad de que no estuviera sujeta a jefes y horarios. La idea nunca próspero y la viuda siguió trabajando en planteles de gobierno.
Su nueva profesión le permitió sentirse madre no solo de un hijo, sino de veinte o treinta al mismo tiempo. Jamás volvió a casarse.

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