Dirección General: Jesús Rivera Zúñiga
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Por Juan Arvizu


¿TE ACUERDAS DE MI?

El asesinato del Doctor Barrientos y su esposa se convirtió en todo un escándalo. Sobre todo, porque en el Reynosa de la década de los 60 no era común un crimen con tanta saña.
En aquella época la familia Barrientos era bien conocida tanto por su poderío económico como por el hecho de que varios de sus miembros incursionaron con cierto éxito en la política, así que no les fue difícil entrevistarse con el gobernador para exigir justicia.
De inmediato el gober llamó a su procurador de justicia y lo puso al tanto de la situación. Había que resolver el caso a la mayor brevedad posible, pues los Barrientos andaban muy enchilados y no descartaba la posibilidad de una llamada desde la Secretaria de Gobernación o incluso desde la Presidencia de la República, pues dicha familia estaba bien conectada.
El procurador ni tardo ni perezoso hizo una llamada telefónica a la Policía Judicial del Estado en Reynosa y hablo con el Comandante Ozuna. En pocas palabras le exigió que se avocara al asunto del asesinato del Doctor Barrientos y la esposa de éste. Le dijo que quería resultados en cuestión de días.
De hecho, le advirtió que le pusiera muchas ganas al asunto pues de eso dependían sus puestos. El gobernador andaba muy caliente con ellos, pues de seguro todavía no se olvidaba de las ultimas metidas de pata.
El Comandante Ozuna se puso a trabajar de inmediato, pero en pocas horas se dio cuenta de que la investigación no lo llevaba a ninguna parte. Los únicos probables sospechosos era una pareja de ancianos que trabajaban con el Doctor Barrientos. Él se encargaba del jardín y de cualquier mandado que se ofreciera en la casa, mientras que su esposa era cocinera y ama de llaves.
La pareja solo procreó un hijo y éste murió siendo adolescente. Además, ambos viejos estaban de vacaciones fuera de la ciudad cuando ocurrió el crimen y por más que le buscó por allí no encontró nada sólido.
En forma personal interrogó a la pareja de viejitos, a los vecinos del doctor y hasta el velador del barrio residencial. Nada logró.
Sin muchas ganas regreso a la hipótesis inicial y nuevamente interrogó a la pareja de viejos, pero se dio cuenta de que difícilmente ambos podrían haber atacado al doctor y su esposa pues se trataba de personas con muchos problemas de la edad y todos achacosos.
Un vecino que no fue interrogado el primer día aportó un nuevo dato. El Doctor Barrientos tenía varios meses como catedrático de una prestigiada escuela particular de la ciudad y algunas veces lo visitaban estudiantes.
Por ahí nos vamos pensó. En forma rápida investigó quienes eran los alumnos que recientemente visitaron al doctor y se centró sobre ellos, en especial en varios que según él tenían toda la pinta de futuros delincuentes. Todos coincidieron en que el Doctor Barrientos les daba clases para suplir a un maestro que presentó su renuncia y ellos tres eran los que visitaron la casa del médico algunas veces, pues se encontraban interesados en estudiar más adelante la carrera de medicina en Tampico. Barrientos charlaba con ellos sobre la carrera.
El Comandante se enteró de que el Doctor Barrientos no tenía necesidad de impartir clases pues sus ingresos eran bastante altos, pero lo estaba haciendo como un favor especial a un viejo amigo, el propietario de la escuela.
A dos de los estudiantes que visitaban al doctor los descartó de momento, pues pertenecían a familias conocidas en la ciudad y tenían coartadas sólidas para comprobar donde estuvieron el día de los asesinatos.
A Ozuna el tercer muchacho le resultaba ideal para ser el culpable. Se llamaba Carlos y era hijo de un obrero y una ama de casa, sin conexiones políticas y sin dinero.
Ante la presión de sus superiores, se decidió por esta última opción. Con lujo de violencia capturó a Carlos en su domicilio y se lo llevó detenido a los separos de la judicial.
Allí durante tres días el muchacho fue incomunicado y torturado en forma sádica con el propósito de que confesara el crimen de la pareja, pero Carlos nunca lo hizo.
Los medios de comunicación seguían con atención la investigación de las autoridades y la comunidad médica y empresarial exigía resultados en todos los tonos imaginables, así que la Judicial arreció sus métodos de investigación. El Comandante Ozuna ordenó que le dieran más duro al muchacho. Todo se valía: tehuacanazo, bolsa en la cabeza, choques eléctricos, golpes en partes blandas, etcétera. Los judiciales sabían su trabajo, por lo que Carlos solo pudo conservar intacto el rostro.
Sin embargo, el joven seguía sin confesar, así que el Comandante Ozuna se decidió a hablar con él para “convencerlo” de que lo mejor era cooperar pues con tanto loco suelto en la ciudad no sería raro que algún obrero o alguna ama de casa sufrieran algún accidente, o incluso la muerte.
Tales amenazas surtieron efecto y Carlos finalmente decidió aceptar su culpabilidad en las dos muertes que le achacaban.
El secretario de la Policía Judicial acudió a los separos y recabó la firma de Carlos.
El muchacho que difícilmente se podía poner de pie le dijo al Comandante Ozuna, con toda calma y serenidad: Ya firme señor, ya tiene su culpable, ahora lo mejor que puede hacer es matarme, porque si me deja vivo el que lo mato soy yo, se lo prometo.
Ozuna, acostumbrado a esta clase de cosas, sonrió ampliamente y le contestó: Tú y cuantos más cabrones. De aquí vas derechito al penal y de seguro te vas a dar como mínimo cuarenta años de bote.
Dirigiéndose a uno de sus subalternos le ordenó que temprano en la mañana presentaran al muchacho ante el ministerio público para sujetarlo a proceso. Ya estaba confeso.
El Comandante, satisfecho con lo logrado, se comunicó con el procurador para rendirle un informe completo y después se dirigió a su casa, Necesitaba con urgencia un baño y sobre todo descansar pues habían sido días de mucho ajetreo.
Dicho y hecho. Varias horas después Ozuna se encontraba durmiendo a pierna suelta en la comodidad de su amplia cama, de tamaño suficiente para albergar a sus 130 kilogramos de peso.
Quizás soñaba con una felicitación personal del gobernador por solucionar en tiempo record el asesinato del Doctor Barrientos y su esposa, o mejor aún, una felicitación y un ascenso.
Por la madrugada el repiqueteo del teléfono despertó al Comandante Ozuna. Era ni más ni menos que el procurador.
– Sí señor, dígame usted
– Pinche gordo, cuando te pregunte si el chavo era culpable me dijiste que si
– Pues sí, hasta confesó y todo
– Pues ha de haber confesado después de las madrizas que le pusieron. Ya apareció el verdadero culpable… vete a tu oficina ahí te está esperando.
El procurador colgó dejando con un montón de dudas al comandante. Rápidamente marcó a la oficina de la judicial mientras trataba de ponerse los pantalones.
Uno de sus subalternos le contestó y lo puso al tanto de las últimas novedades.
Pedro Barrientos, sobrino del fallecido doctor del mismo apellido, unos minutos antes se presentó en la Policía Judicial del Estado para confesar que el mató al galeno y a su esposa.
Pedro contó a la policía que el doctor, contrario a su costumbre, se negó a darle el dinero que le pidió y tras de una fuerte discusión, decidió asesinarlo para llevarse todo lo de valor que había en la casa. Sabía dónde guardaban las joyas y dinero en efectivo.
Con lo que no contaba es que la esposa del médico también se encontraba en la casa, así que tuvo que hacerse cargo de ella también.
Pedro entregó a la policía el cuchillo que uso para matar a sus víctimas y también el anillo universitario que el doctor siempre usaba. Además, regresó la cadena del doctor, la que tenía las iniciales del fallecido.
Ozuna preguntó el motivo por el cual el tal Pedro se presentó solito a la judicial y la respuesta que recibió fue clara pero contundente. El Pedrito anda bien pacheco y dice que los espíritus le ordenaron que confesara.
En pocos minutos el Comandante Ozuna llegó a la judicial y comprobó que toda la información era cierta. Ya tenía a dos asesinos confesos, pero como con uno bastaba, ordenó a sus subalternos que llevaran al chavo Carlos a su casa y lo entregaran a su familia, no sin antes sacarle algo de dinero al papá, lo que se pueda no hay que ser abusivos, sentenció.
Los periódicos se dieron vuelo con la noticia de la “captura” del sobrino de Barrientos, un sujeto lleno de vicios y proclive a la violencia, quien constantemente le exigía dinero a su tío para seguir rindiéndole tributo a la mariguana y el alcohol, según decían las notas de la prensa.
Pasaron los días y se convirtieron en meses. Después. pocos seguían acordándose del caso Barrientos, como los medios lo bautizaron.
Solo una persona no se olvidaba del asunto, Carlos. Dejo de asistir a sus clases en la preparatoria para dedicarse a seguir al Comandante Ozuna.
A bordó de su motocicleta dedicó días enteros a una vigilancia efectiva, pero discreta y en los tiempos muertos que le quedaban leía y releía un viejo libro de anatomía humana. Dos semanas después estimó que la mejor oportunidad sería en casa del gordo policía, cuando este durmiera.
Sin embargo, desecho ese plan pues no tenía caso exponerse a ser descubierto por la esposa o los hijos de Ozuna, no le fuera a pasar como a Pedro Barrientos quien por matar a uno tuvo que echarse a dos.
La oportunidad se presentó un día ya casi al anochecer. El Comandante Ozuna completamente solo caminaba por la calle Hidalgo y detuvo sus pasos en la farmacia El Fénix. Ingreso al local y se dirigió al mostrador. Carlos comprobó que la calle se encontraba prácticamente desierta pues los comerciantes estaban cerrando sus locales y los puesteros ya habían levantado su mercancía desde antes.
Camino unos pasos hacia la farmacia y se situó a uno lado de la puerta.
El Comandante Ozuna totalmente ajeno a lo que se venía pagó por los escasos productos que compró y se dispuso a salir. En cuanto cruzó el umbral Carlos lo encaró y sin más le preguntó.
¿Te acuerdas de mí?
Ozuna al reconocerlo, reaccionó en forma inmediata y buscó en la cintura su arma, pero se paralizó cuando sintió la daga de Carlos entrar en su pecho.
El muchacho ni siquiera hizo el intento de asestar un nuevo ataque, simplemente se puso la capucha de la sudadera y comenzó a caminar. Dio vuelta tranquilamente en la calle francisco I. Madero y se encaminó hacia la parte trasera de la Preparatoria Escandón, donde tenía estacionada su motocicleta.
El Comandante Ozuna cayó muerto a un lado de la puerta de la farmacia. Para un hombre como él, que presumía de macho y atrabancado, basto solo una certera puñalada en el corazón.

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